Peligros y tentaciones editoriales 2

 

Mártires o abusadores

Otro peligro, que no depende del corrector, se oculta en las economías editoriales, las cuales, muy habitualmente, pretenden supercorrectores: delegan todos los pasos de la corrección en una misma persona, superponiendo incluso, a veces, macro y microedición.

Cuando recibe las correcciones hechas a las primeras pruebas, para su revisión, este corrector crónico y omnipresente ya se ha vuelto parte de la obra y no puede tomar la distancia necesaria para llevar a cabo la tarea que se le está encomendando. Ya no ve ni encuentra por más que busque, porque el constante contacto le ha vuelto habitual el texto y —como lo viene sosteniendo Proust desde hace más de un siglo— el hábito vuelve invisible la realidad —léase: “los errores”—. Remito al calificadísimo Marcel, que por siete tomos anduvo en busca del tiempo perdido: los correctores no pueden confiar en alguna azarosa epifanía que descorra los velos.


 Detalle del manuscrito de Por el camino de Swann, Biblioteca Nacional de Francia


Estos paladines que han exorcizado los males textuales a lo largo de todo el proceso, desde que llegó el manuscrito —o el aspirante a manuscrito: muchas veces el corrector-editor debe asesorar incluso acerca de los contenidos— hasta el último retoque del diseñador, terminan siendo mártires excedidos por sus responsabilidades, porque bien sabemos que, cuando algo falla en un libro, al margen del soporte físico, la culpa es siempre del corrector.

Señores gerentes —no digo “editores”, porque si lo fuesen conocerían todos los pasos que implica corregir un texto desde que llega el manuscrito hasta que se lo publica y, por ello, serían plenamente conscientes de que no existen los superhéroes de la corrección—: decidan si desean publicar o si desean editar y actúen en consecuencia en el momento de asignar tareas y responsabilidades.

Acerca de macros que alivian el trabajo, los invito a ver mis artículos en el Blog Gonduana, de Jesús Prieto:

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