La diferencia última

Ya el párrafo inicial de “El mercado de los bienes simbólicos”* hace una síntesis apretadísima de lo que se desarrollará en el texto sobre “la historia de la vida intelectual y artística de las sociedades europeas”.
Para Bourdieu, los distintos campos sociales se constituyen por oposición a la autoridad que pretende legislarlos. La producción de bienes simbólicos (realidades bifrontes que son simultáneamente mercancía y significación) había pasado, en Europa, de la tutela eclesiástica a la aristocrática, a cuyos intereses o censuras quedó sujeta. Desde el siglo XV, esta lógica empezó a fragmentarse; con la Revolución Industrial, la producción en serie de obras y la generalización de la enseñanza surgieron nuevos consumidores y, con ellos, condiciones mínimas de independencia económica y legitimación.
Aunque se ha roto el antiguo sistema de relaciones, el nuevo promueve la sumisión de los productores a los poseedores de los medios de difusión, quienes obedecen, a su vez, a las leyes del mercado; las cuales implican, en el caso particular de los bienes simbólicos, una demanda “necesariamente retrasada en relación con la oferta”.
¿Cómo reacciona el artista ante este consumidor demorado e imprevisible al que rinden pleitesía los ejecutores de lo que Bourdieu llama el campo de la gran producción simbólica (es decir, la mera mercancía)?
Por oposición, el artista afirma su autonomía, la primacía de la forma de la obra de arte sobre su función, su singularidad irreductible: controla la dialéctica de la distinción. ¿Cómo? “Los intelectuales y los artistas –señala el autor– disponen, por definición, de todos los medios necesarios para afirmar su distinción, produciendo diferencias reales o ficticias, [...] [para] maximizar el rendimiento simbólico de la última diferencia, que basta con imponer como la única pertinente para convertirla en diferencia última”. Forman así sectas esotéricas con sus propios manifiestos, “sociedades de admiración mutua”: un “sistema de producción que produce […] para los productores”; campo de producción restringida, en términos del Bourdieu, que “obedece a la ley fundamental de la competencia por el reconocimiento propiamente cultural otorgado por el grupo de pares, que son, a la vez, clientes privilegiados y competidores”. Un círculo cerrado sobre sí mismo, en el cual una crítica solidaria sella la inaccesibilidad del gran público a los instrumentos de apropiación de la obra.
Libre de la demanda, por causalidad circular, el artista precede a su mercado y debe distinguirse. Su valor está en la originalidad.


Merde d'Artiste

 ,1963
Piero Manzoni - Foto de portada de la edición (*)

* Bourdieu, P., “El mercado de los bienes simbólicos”, en: El sentido social del gusto. Elementos para una sociología de la cultura, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2010, ISBN 978-987-629-123, pp. 85-100.

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